Flavin, que no gozó de demasiada fama en vida, encontró en Giuseppe Panza uno de sus primeros y mayores admiradores. Éste empezó a adquirir obras del americano, siendo hoy día la colección europea permanente con más piezas de Dan Flavin, y contribuyendo así a la posterior fortuna de este artista clave del siglo.
En su carrera a lo largo de la historia del hombre la luz, como concepto, se ha visto asociada a la virtud, la ciencia, la sabiduría, la vida, la claridad mental y espiritual. El acto de ‘entregar luz’ (“dar a luz”, “sacar a la luz”, encender, iluminar), supone cierta consideración, valoración, estima del objeto en cuestión, a partir de la historia misma del término.
A principios de los años 60 Dan Flavin descubre la luz de otra manera para el arte. Comienza a realizar instalaciones con tubos fluorescentes comunes, modificando espacios arquitectónicos con los más disímiles diseños de colores y disposiciones, y creando atmósferas de inmaterialidad.
En su minimalismo visual, las piezas incitaban a la contemplación y reflexión sobre la luz como experiencia puramente estética, sin otra conexión o asociación conceptual aparente. Sin embargo, a través de los títulos el artista americano (no sin cierto grado de ironía en ocasiones) dedicaba casi siempre sus “luces” a alguna persona o las asociaba a un hecho o cosa.
Los destinos de las lámparas fluorescentes podrán ser los más inesperados. En total libertad creativa, no se han puesto cotas o restricciones a su uso. Por lo tanto, se contempla como posibilidad el que las mismas tomen tanto la forma de una nueva obra de arte, como un camino puramente utilitario, integrándose, como el resto de los fragmentos de la exposición del pasado junio, a la vida profesional o doméstica de estos creadores.
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